EN BUSCA DEL HIJO: ANTONIA LÓPEZ
Un relato de la batalla del Alto de la Alianza
Artículo publicado diario sin fronteras 11 de mayo del 2021
El mes de mayo es en Tacna especial. Lo es,
no tan solo porque en mayo recordamos la fatídica y trascendental batalla del
Alto de la Alianza, sino porque, además, como en todo el Perú y parte del mundo
se recuerda el día de las madres. Mayo es el mes de homenaje a las madres y es
–antagónicamente- quizás el mes -en nuestra historia republicana- en que el
corazón de las madres tacneñas se haya oprimido con mayor dolor sobre sus
pechos al saber la suerte de sus hijos.
El 26 de mayo de 1880, la mujer tacneña
tomó el rol de defensora de la patria, lo hizo no peleando, sino ofreciendo lo
más grande que tenían, sus hijos. Supo
la madre tacneña dejarlos partir, dejarlos alejarse hacia la guerra. Abandono
su egoísmo natural por protegerlos y cedió ante el pedido de sus hijos. “Madre
perdóname, la patria me necesita”. Escucho una y otra vez el ruego y lágrimas
de sus hijos y no le quedo más que entender que antes que madres eran mujeres
tacneñas, madres del soldado defensor.
Aguardaron con angustia el destino de Tacna y de sus hijos, implorando a
nuestro Dios generoso les permitiera volverlos a apretar contra su seno, contra
el cuerpo del que un día nacieron.
La historia no ha conservado entre sus
páginas, sus rostros o sus nombres, pero son ellas las protagonistas de la
historia, son ellas las que parieron con dolor a los soldados que se batirán en
batalla. En medio del anonimato y del silencio lastimero, se guardan como un
tesoro que espera ser descubierto, algunos breves relatos de aquellos aciagos
días. Entre estas, se halla la historia recogida por el historiador Ernesto A
Rivas en su libro “Nuestros héroes, episodios nacionales de la guerra del
pacifico 1879-1883” y cuyo título es: “En busca del hijo”.
“Hijo único de
doña Antonia López, era Carlos Schmit, y madre e hijo residían en Tacna desde
hacía muchos años”.
La narración de la historia nos deja entrever que doña Antonia era ya una mujer
anciana, cuyo único sostén era su joven hijo de 23 años. A pesar de los ruegos de su madre, el hijo
partió a enfrentar a la muerte, formando parte de uno de los batallones del
ejército aliado.
La suerte fue esquiva para los nuestros y tras
el tronar de los cañones y los relámpagos que formaban las balas al romper el
viento, quedó la angustia y el dolor de las madres. Eran las 6 de la tarde de
aquel día y doña Antonia no sabía nada aun de su hijo, aguardo noticias durante
horas, deseaba escuchar el mensaje enviado hacia ella, aquel que le dijera que
n se preocupe, que no llore, que su Carlitos estaba vivo, que la muerte no lo
había llevado. Aguardó durante toda la noche, sin respuesta.
La idea de que su hijo se hallara muerto en
el campo de batalla, no dejaba de rondar su mente, conforme el alba llegaba. La
oscuridad de la noche partió aquel día de manera interminable y cuando al fin
desapareció lo negro de su manto, doña Antonia no soporto más y fue en busca
del hijo.
Abandono su casa, al cruzar el umbral de su
puerta, deseo con todas sus fuerzas estar equivocada y deseaba cruzarse en el
camino con su hijo. Sus pasos eran
lentos, pero ella los dirigió con ferocidad hacia el campo de batalla.
Sus pasos se fueron llenando de
desesperación, mientras la arena parecía querer atraparlos a cada instante. Lo
imaginaba abatido, caído por una bala que desangro sus esperanzas y su promesa
de volver a casa. Solo una bala no le habría permitido cumplir con su promesa
de volver a su lado.
“Cuando pasados
varios días, muchas familias de Tacna fueron al campo de batalla a recoger los
cadáveres de sus deudos, algunas personas que conocían a la señora Antonia, la
encontraron muerta y abrazada con el cuerpo exánime de su hijo, y sin presentar
heridas ni maltratos que hicieran creer que había sido víctima de un asesinato
infame. La vista de su hijo sin vida había puesto término a la suya”.
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