FELICIANO VIZCARRA CUAYLA. MUERTE EN EL ARUNTA: HISTORIA DE UN FUSILAMIENTO EN TACNA

 

“Durante el gobierno militar de Juan Velasco Alvarado, tres hombres fueron condenados a muerte por el delito de uxoricidio (homicidio del cónyuge), aunque solo dos de ellos fueron ejecutados. Feliciano Vizcarra Cuayla (Tacna) y Víctor Apaza Quispe (Arequipa) pagaron sus crímenes con su vida”.

(La Pena de Muerte en el Perú. Lecaros, Jose Luis)


Eran las 05:25 de la mañana del lúgubre martes 14 de setiembre de 1971, cuando el reloj se detuvo para siempre en la vida de Feliciano Ali Vizcarra Cuayla, un moqueguano de 29 años al que la prensa había apodado como el “carnicero de Moquegua” y que llevaba sobre su espalda no solo una condena de muerte, sino un crimen que negó hasta el final de sus dias. Dicen que en aquellos dias, se refugió en la palabra de Cristo y que le permitió ser visto por sus compañeros de prisión como un hombre que aparentaba serenidad pese a la condena que pesaba sobre el, La misma condena por la que le dirigió infructuosamente una carta al entonces presidente Juan Velasco Alvarado pidiendo clemencia y solicitando la conmutación de su pena.

Es probable que aquel día el oficial a cargo de cumplir la orden dispuesta por la Corte Suprema, así como los miembros de su pelotón de fusilamiento, hayan visto en Feliciano solo el rostro de un hombre a quien por destino de la vida les tocaba ultimar en cumplimiento de su deber. Asi, sentenciado y verdugos no estaban ahí sino tan solo por un único motivo: cumplir con la sentencia que en tan solo dos hojas había resuelto sentenciar a muerte al condenado. Los pocos periodistas que lograron presenciar el acto recordaban entonces los pormenores del caso, armando en sus mentes lo que creen será la portada principal de todos los diarios. Asi, algunos recordaron con lujo de detalles todo lo sucedido.

La historia de Feliciano, tal y como se refiere en el expediente judicial N. °26-70, había empezado en realidad mucho antes, exactamente en 1966, cuando este violo sexualmente a una niña de 16 años, con quien se casó para evitar la pena, conforme a la legislación de aquel tiempo. Feliciano, no solo se había salvado de la cárcel, sino que termino casándose con su víctima, con quien, tiempo después se mudó a Moquegua y en donde tuvieron una pequeña hija. Sin embargo, el amor tocaria nuevamente a la puerta de Feliciano Vizcarra, esta vez, dentro de una congregación religiosa a la que se había unido para dejar atrás su pasado, pero en la que se enamoró, otra vez, de una menor de edad. 

El 08 de febrero de 1969, el padre de esta segunda menor, denunció en la comisaria la fuga de su menor hija y como instigador a Feliciano. Cuando la policía lo encontró, lo interrogó sobre su esposa y su hija a lo que este contestó que ella se había suicidado consumiendo un producto toxico después de haber discutido acaloradamente con él en julio de 1968, confesando tambien donde la enterró. Exhumado el cadáver, se comprobó que esta tenía diversos golpes. Respecto de su hija declaró que esta había muerto accidentalmente.

El tribunal correccional de Tacna condenó al inculpado a 25 años de cárcel, pues no alcanzo los votos para la sentencia de muerte. Sin embargo, tanto el condenado como el fiscal manifestaron su voluntad de interponer nulidad ante la corte suprema. Aquel día, nacería otra historia en Tacna, vinculada a un desaparecido notario de Tacna y que contaba la historia del abogado que interponiendo nulidad había condenado a muerte a quien solo le habían impuesto pena de cárcel.


El acta de ejecución de aquel día escasamente señaló:
 En este estado el señor juez instructor (…) ordenó al maestro de ceremonias se dé cumplimiento al mandato del Tribunal Supremo y concluida la ejecución por fusilamiento procedió el señor médico legista a certificar la muerte del sentenciado Vizcarra».

Hoy los restos de Feliciano se encuentran inhumanos en el cuartel 10 (segundo departamento) nicho 56 del Cementerio General de Tacna, donde hasta el día de hoy es posible encontrar una flor en su tumba, conforme lo hemos comprobado. Sin embargo, el tiempo ha borrado el nombre de su lapida, quedando en ella solo sus iniciales y el día en que el reloj se detuvo para siempre para este condenado a muerte. 

(*) Esta crónica está basado en la información contenida en el libro “La Pena de Muerte en el Perú” de Jose Luis Lecaros.

Cronica publicada el 10.09.2024 en el Diario "Sin Fronteras" Edición Tacna. 






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