A LA VIRGEN DE LAS PEÑAS
“Escuché decir que allá en una quebrada hay una Virgencita, una palomita
que brotó de las peñas. Tiempo después comprobé que era cierto, que
en la quebrada de Livilcar está una palomita blanca. A mi Virgen de las Peñas
con toda mi devoción.”
En las alturas de Arica -aquella que antes fuera peruana- existe un pequeño y antiguo lugar que parece detenido en el tiempo, Un lugar en donde todos se saludan amablemente y en donde no importa de dónde vienes sino a dónde vas. Un lugar protegido por las montañas que un río forjador quebró y en donde de la roca una palomita surgió.
Un
lugar en donde no hace falta mayor comodidad que un abrigo y un pedazo de suelo
en el cual recostarse, en donde las calles no tienen asfalto, ni veredas; en
donde no hay vicios ni pillos. Un lugar en donde no preguntas qué hora es sino
quién está en templo. Un lugar en donde visten de seda, gitanos, cuyacas,
peregrinos, de caporal o de canario saltador.
Un
lugar en donde todos somos hermanos, hijos de una sola madre: La santísima Virgen
del Rosario de las peñas. Un lugar en donde los hombres solo se diferencian por
lo que hacen y no por lo que tienen: arrieros, alférez, bailarines o peregrinos.
Un lugar en donde se nos está permitido orar, cantar y danzar sin la menor
vergüenza y como el mayor de los privilegios hacia la madre del señor. Un lugar
en donde se limpia el alma, se olvidan penas y los ojos se lavan con lágrimas
de amor. Si algún día este lugar quieres conocer, si a la madre del señor
quieres ver, hacia Livilcar tus pasos debes emprender.
El
primer domingo de octubre de cada año se celebra la fiesta grande de la Virgen
de las Peñas, conforme lo señala don Fortunato Zora Carvajal, en su obra
intitulada “Tacna, Historia y folklore” la devoción a la virgen se remonta
desde el año 1642 y sobre ella existen diversas leyendas sobre su aparición,
entre ellas: La de un arriero que observó a una serpiente persiguiendo a una
pastorcita, y en el momento que este intento ir a ayudar a la niña un rayo
abatió al reptil y a la niña, suceso por el que el pastor no hizo más que
invocar a la santísima virgen, quien hizo su aparición en una pequeña silueta
esculpida en la roca. Otra hace referencia al pueblo de Carangas en Bolivia, en
donde se efectuaban los preparativos para la fiesta de la Virgen del Rosario,
pero que de pronto un incendio destruyó la pequeña iglesia y la imagen
desapareció. Unos pastores hallaron en
el camino a una señora, a quien preguntaron ¿usted, señora, no va a la
festividad? Voy a otro lugar donde he de ser más venerada, contesto. Al ver los
pastores hacia atrás, vieron a la señora convertirse en una paloma que se alejó
rumbo al oeste. Otra leyenda hace
referencia a una anciana pastora que llevo hasta el desfiladero de Livílcar su
ganado. Las ovejas se dispersaron por los cerros cercanos y ya de noche y lejos
de Humagata, su lugar de procedencia, la mujer se puso a llorar desmoralizada.
De pronto, oyó una voz: “No tengas miedo, hija mía. Yo te acompañare y cuidare
tu ganado. A la mañana siguiente se despertó y dio cuenta de lo sucedido. El
párroco de Codpa llego al lugar y pudo darse cuenta de que en la roca se
hallaba esculpida la imagen de la virgen.
Sin
duda que existen numerosos relatos sobre la Virgen de las Peñas, entre los
cuales también está la afirmación que realizó el historiador chileno Urzúa
Urzúa, en su libro “Arica, Puerta Nueva” respecto al prodigio desconcertante
sobre el crecimiento de la imagen, que del tamaño de una paloma ha llegado al
porte natural de una doncella. Tal desarrollo afirma puede comprobarse de las
vestiduras de la Virgen.
Este
año el camino hacia la quebrada de Livilcar, que guía el rio San José, no
recibirá físicamente a los miles de peregrinos y bailarines que año a año van
en busca de la palomita blanca, de la chinita como la llaman con cariño. Sin
embargo, sus corazones cantan desde ya:
“Oh virgen de las peñas, lucero celestial. Los ángeles rodean, tu trono
virginal. A ti nuestra esperanza, consuelo del mortal. Pedimos que nos mires
con amor maternal.”
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