MEMORIAS DE LA PANDEMIA DE 1869

   

En los anaqueles de la historia del Perú obra la “Memoria Histórica de la Fiebre Amarilla que sufrió la ciudad de Tacna en el presente  año de 1869” escrita por el reconocido párroco español, don  Sebastián Ramons Sors. 

Dichas memorias, de tanta importancia para la historia de este pueblo,  fueron publicadas a través de la imprenta “El Porvenir” de don José H. Molina, meses después de tan desdichados acontecimientos. Gracias a ellos nos es posible conocer los pormenores de las desgracias acaecidas en Tacna. 

La epidemia duró cerca de 3 meses y medio y azotó a la ciudad, “diezmando, sino concluyendo sus familias”. Las buenas condiciones que ocupa Tacna sobre el nivel del mar hicieron creer o engañaron  a nuestras autoridades respecto al ataque de la enfermedad en nuestra ciudad, de forma que no hicieron  nada de manera inmediata para prevenir el ingreso de la enfermedad a la ciudad, sobre todo por el lado del Puerto de Arica. 

Refiere el autor que los intereses comerciales pesaban sobre todo y que la utopía de cumplir estrictamente las normas de la cuarentena se veían diezmadas por la población, quien fue testigo que sobre estas no se hizo nada. 

Ya en el mes de enero se comenzaron a ver los primeros casos de la enfermedad, siendo uno de los primeros contagiados el propio párroco español, al haberla contraído en la ciudad de Arica; fue entonces que llegaron las primeras muertes a la ciudad. Tras ellas, la prefectura decidió –premeditadamente- cortar toda comunicación con Arica, pero en vez de cerrar la puerta a la enfermedad, la abrió de par en par, dado que concedió algunos días para que los visitantes ingresaran a la ciudad. LLegaron entre ellas más de 200 personas, muchas contagiadas y de las que murieron algunas dentro de pocos días. Empollándose con ellas el virus de la epidemia en Tacna. 

A mediados de enero Tacna pudo declararse en estado de epidemia y el día 20 se abrió el Lazareto (hospital o edificio similar, más o menos aislado, donde se tratan enfermedades infecciosas). El teatro de la epidemia fue el centro de la ciudad, donde se desenvolvió la fiebre con toda su fuerza: “Jóvenes llenos de vida y porvenir, madres de familia que eran el ornato de la ciudad, comerciantes honrados, artesanos laboriosos fueron los primeros que sucumbieron, doblando la cerviz a los rudos hachazos de la fiebre”.  “El pánico que se apodero de las familias, pudiendo asegurar, que algunas personas murieron de puro miedo” 

Refiere que la falta de asistencia fue la causa de la muerte de muchas personas; quejándose el párroco respecto a las personas que sin ser médicos fueron contratados para asistir a los enfermos, aquellos estaban movidos solo por la avaricia y son simples mercenarios. Contrario a esto, se encontraba el accionar del Dr. Bollier, y su asistente don Pio Arce,  y el Dr. Carbonera (quien reemplazo al primero el día 20 de marzo, mes en que había entrado la enfermedad en su más completo desarrollo) de quienes manifiesta dieron todo de sí.   

El lazareto fue construido con dos salas (hombres y mujeres) con una capacidad, que se creyó suficiente de 20 camas por sala. La verdad de las cosas es que en marzo la ciudad contaba con 2000 enfermos  que yacían en lecho de dolor.

“Los dos saloncitos estaban materialmente repletos de epidemiados; a toda prisa se improvisaron otras dos con lona y esteras: pero no alcanzaban ni de mucho, la concurrencia aumentaba; haciéndose necesario construir dos grandes salas de madera (…)”.

"Hubo noches que permanecimos en oscuras por no haberse encontrado quien encendiese los faroles del gas. Todo respiraba desolación y muerte. La Prefectura abandonada: la tesorería, del administrador al portero, muertos, enfermos, o emigrados. La Superior Corte de Justicia en Pocollay. Los celadores, de cuarentena reducidos a ocho, el escuadrón de caballería a doce hombres (…)”

El relato escrito por la pluma de un hombre que como ministro de fe fue testigo de todo lo señalado y más concluye dando cuenta de 6000 infectados y el fallecimiento de poco o más de 2500 personas, que representan la cuarta parte de la población de la ciudad. 

Si usted encontró algunas similitudes en aquel relato de hace 151 años, sepa que no es el único. Al parecer muchas cosas no han cambiado en nuestra sociedad. 

“El hombre que no conoce su historia está condenado a repetirlo”, tal apotegma le corresponde también a las sociedades. 







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