TÚPAC AMARU II Recaudador de Impuestos


Aquel viernes 18 de mayo de 1871  sería el último que cobijara a don José Gabriel Condorcanqui Noguera, “Túpac Amaru II”. Sería también la última vez que vería la plaza principal del Cusco, la misma que había imaginado una y otra vez libre. La imagino llena de indios, mestizos y mulatos gritando de alegría el retorno del imperio de los Incas y su buen gobierno (aquel que Túpac Amaru II aprendiera a admirar de las letras contenidas en los comentarios reales escrita por Garcilaso de la Vega).

La plaza, a diferencia de como la había imaginado el cacique de Yanaoca, Pampamarca y Tungasuca,  se encontraba bajo absoluto silencio. Al rebelde no lo acompañaban sus hermanos los indios, sino que se encontraba rodeaba de mulatos armados que habían sido traídos al cusco como parte del ejercito realista que lo capturaría. 

Aquel 18 de mayo Túpac Amaru no solo fue muerto por los españoles, sino que fue obligado a ver morir en manos de los verdugos a su incomparable esposa Micaela Bastidas y junto a ella, al hermano de esta, Antonio Bastidas, a Francisco Túpac Amaru (Tío de José Gabriel) e Hipólito (su hijo Mayor), frente a ellos, esperando la muerte, se encontraba también la favorita del inca “Tomasa Tito Condemayta.  Todos, sin excepción, murieron bajo una dura agonía. Su último aliento fue tomado por el garrote del diablo que no paro hasta quebrar sus cuellos con cada movimiento de la banda de acero que los rodeaba. 

Micaela, quien dicen su cuello era demasiado delgado para el garrote, fue estrangulada con una soga y golpeada hasta morir. El historiador Charles Walker refiere que si bien los historiadores discrepan acerca de la técnica de ejecución, todos estás de acuerdo que fue bajo una dura agonía.  Al final del día,  todos yacerían con sus cuerpos despedazados y diseminados entre Tinta, Tungasuca, Pampamarca y otros pueblos rebeldes. Paradójicamente, aquel día, sus cuerpos serian separados y unidos para siempre en la memoria de los peruanos.  

El presente nos dice que han pasado 239 años desde aquel 18 de mayo, aquel en que intentaron desmembrar su cuerpo con la fuerza de cuatro caballos y en el que lo obligaron a renunciar a su sueño solo arrebatándole la vida. El tiempo ha pasado indefectiblemente, pero hoy las lágrimas por su muerte no rodean la plaza del Cusco, sino que inundan las del mundo. 

Túpac Amaru dejó de ser un rebelde local, para convertirse en un rebelde continental.  Su vida que empezó bajo el cacicazgo de su padre y su labor de recaudador de impuestos, lo marco para siempre, pues fueron aquellos impuestos que cobraba en nombre del rey, los que obligaron a luchar en contra de este.  La ominosa mita al que eran obligados a trabajar sus hermanos en las minas de Potosí lo obligaron a pelear por su libertad. Los tributos estarían en su mente hasta al final de sus días. 

Su muerte se convirtió en el mayor grito de libertad de la historia del Perú y aunque los realistas intentaron apagarlo por siempre, nunca pudieron. Túpac Amaru ha muerto y si una tumba existiera en su nombre, es probable que en ella diría: 

“Arreche, Tu y yo somos los únicos causantes de la sangre que se está derramando; V.S. por haber oprimido el reino con contribuciones excesivas, y nuevos impuestos, y yo por quererlo libertar de tales tiranías y vejaciones”  


 


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