LA FÁBULA DE LAS ABEJAS


Artículo publicado en diario  "Sin Fronteras" 01.10.2019

Cuando  Bernard de Mandeville (filósofo y economista holandés) escribió su poema “Murmuraciones de la Colmena: o, Los Bribones se vuelven Honestos” (publicado en 1705) lo hizo en un acto de sarcasmo, de sátira. Se expresaba en contra de Inglaterra (país en el que vivía) y en general en contra de la sociedad europea. 

Mandeville criticaba la forma de vida de la sociedad europea, que pretendía mostrarse como virtuosa escondiendo sus vicios.
Mandeville no solo satirizo los vicios de la sociedad europea sino que estableció principios económicos que  influirían en grandes economistas, como Adam Smith, Rousseau, Montesquieu, e incluso Maynard Keynes se ocupó de él.

Es claro que no pretendo ocuparme de términos económicos, dado que no soy el indicado para hacerlo. Sin embargo, hay en este poema una conclusión que llamó inmediata  -y funestamente- mí atención: Que el egoísmo, los vicios y el fraude contribuyen a la formación de una nación prospera.

Es correcto pensar que, después de 300 años de sustentada tal tesis, no existe lugar para el planteamiento de Mandeville en nuestra sociedad actual; dado que no es posible creer que el egoísmo, el fraude y la corrupción puedan hacer a una nación prospera.

Sin embargo, las ideas son a veces  superadas por la realidad. La mayoría de los  peruanos, y en ella me incluyo, por ser parte de esta sociedad, cuando estamos en  público gritamos y exigimos moralidad de nuestras autoridades y de la sociedad en general;  pero, cuando estamos en privado ( donde nadie nos ve)  buscamos el favor del candidato que apoyamos en campaña, exigimos un empleo para el que no estamos capacitados o queremos vender o prestar cualquier servicio que nos llene los bolsillos y nos permita salir a la calle a decir que vivimos y trabajamos honradamente. 

En público odiamos a la minería y en privado deseamos que nuestros hijos entren a trabajar a una minera, gritamos que no queremos congresistas corruptos, pero les tocamos las puertas para que nos hagan un favorcito,, criticamos que tenemos un alcalde que no sabe hablar, cuando muchos no han aprendido siquiera a leer (y no me refiere a la capacidad simple de decodificar lo que está escrito) exigimos respeto a nuestros derechos fundamentales, pero iniciamos una cacería de brujas en contra de los extranjeros. Estamos de acuerdo que si continuo  mostrando nuestros vicios me quedo corto.

En conclusión, parece ser que nuestra sociedad no hubiera avanzado, como si se hubiera quedado 300 años en el pasado. Pretendemos mostrarnos como una sociedad en desarrollo, escondiendo nuestros vicios y pecados; mientras condenamos en público lo que pretendemos en privado.

Finalmente, comparto el poema de Mandeville, que también recibió el nombre de “Los vicios privados hacen la prosperidad pública”, para que sea usted quien saque sus propias conclusiones:

"Había una colmena que se parecía a una sociedad humana bien ordenada. No faltaban en ella ni los bribones, ni los malos médicos, ni los malos sacerdotes, ni los malos soldados, ni los malos ministros. Por descontado tenía una mala reina. Todos los días se cometían fraudes en esta colmena; y la justicia, llamada a reprimir la corrupción, era ella misma corruptible. En suma, cada profesión y cada estamento, estaban llenos de vicios. Pero la nación no era por ello menos próspera y fuerte. En efecto, los vicios de los particulares contribuían a la felicidad pública; y, de rechazo, la felicidad pública causaba el bienestar de los particulares. Pero se produjo un cambio en el espíritu de las abejas, que tuvieron la singular idea de no querer ya nada más que honradez y virtud. El amor exclusivo al bien se apoderó de los corazones, de donde se siguió muy pronto la ruina de toda la colmena. Como se eliminaron los excesos, desaparecieron las enfermedades y no se necesitaron más médicos. Como se acabaron las disputas, no hubo más procesos y, de esta forma, no se necesitaron ya abogados ni jueces. Las abejas, que se volvieron económicas y moderadas, no gastaron ya nada: no más lujos, no más arte, no más comercio. La desolación, en definitiva, fue general. La conclusión parece inequívoca: Dejad, pues, de quejaros: sólo los tontos se esfuerzan por hacer de un gran panal un panal honrado. Fraude, lujo y orgullo deben vivir, si queremos gozar de sus dulces beneficios"


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