EL CAMINO A LA VIRGEN DE LAS PEÑAS: BAILARIN DEL SILENCIO




Artículo publicado en el diario "Sin Fronteras" 08.10.2019

El camino al pueblo de Livilcar, hogar de mi madre santísima Virgen del Rosario de las Peñas, es un camino interminable, dado que el caminante sabe que  a pesar de que en un momento terminara, este será solo parte de los muchos recorridos que el corazón suplica a las piernas puedan andar.

La primera semana de octubre Livilcar se llena de música y bailes. Los bailarines del silencio, aquellos que bailan por amor y fe a la madre de Dios,  van llegando poco a poco ante su altar. Es un andar duro y pesado para quienes, como yo, vamos en busca de perdón y piedad.

Llevamos con nosotros las penas y dolores que acongojan el alma, pero andamos con la convicción de que aquellas piernas deberán responder a 5 días de bailes y canto a la madre del Señor.

El partir es efusivo y reconfortante. Es como el viaje del hijo que vuelve al hogar. Un año esperan los bailarines para poder regresar a casa junto a la “chinita”, como cariñosamente llaman algunos, y cuando por fin llega aquel día, su corazón comienza a latir al ritmo de los bronces.

El viaje empieza atravesando la frontera hacia el norte de Chile. Los papeleos van quedando  atrás, y  en un momento nos encontraremos en “Chamarcusiña” (punto de partida). Tan solo 20 kilómetros nos separan de casa, aquí poco importa la nacionalidad del compañero de viaje, ya que todos somos hijos de una sola madre.

Tres, cuatro, cinco o más horas puede ser el tiempo del camino, aquello depende de tu andar. Piedras grandes y pequeñas te reciben y los tobillos comienzan a sospechar que algo los puede dañar, pero el corazón los encomienda a nuestra madre. El rio “San José” nos acompaña en el camino, mientras piedras pintadas -por los hermanos- hacen de señales. Los abismos de la quebrada nos anuncian que el camino no será fácil y que la fe será la mejor bebida que te podrá acompañar.

Mientras tanto, el corazón no hace más que pensar en el descanso de Humagata y el “caracol”, pues ellos anunciaran la llegada. Una vez ahí, el cuerpo sabe que pronto saltara de alegría, algunos minutos de camino más y el golpe de un bombo y el reventar de los platillos nos anunciarán que allá en “Livilcar” nuestra madre está de fiesta pues sus hijos han vuelto.

Por fin hemos llegado. El camino es mucho más duro de lo imaginado, pero el pueblo, a pesar de todo, no ha cambiado nada. Al final del camino, en una capilla humilde y pequeña, esta nuestra madre. Ella se encuentra en el altar más fuerte y mejor tallado del mundo y es que su altar fue labrado por las manos de Dios sobre la roca más dura. Ahí está nuestra madre. Su bello rostro nos hace entender por qué miles de personas llegan de rodillas ante ella. Y así, en menos de lo que uno piensa, el primer saludo del bailarín se ha logrado, pues este se repetirá durante 5 días; mientras tanto los peregrinos irán llegando y partiendo tras la promesa cumplida.
Aquellos, cinco días, para quienes nunca hemos participado de esta fiesta, terminan convirtiéndose en la razón de ser de los otros 360, y cada una de las 24 horas de aquellos días, son la justificación de las horas, minutos y segundos de lo que resta de vida.

Los bailes se van acomodando. Saben que en orden y respeto irán presentándose ante nuestra madre. “Templo primero” manda el caporal, “12 de la noche, levantarse 11” es la orden, y luego plaza en cualquier momento. La hora no es exacta. El bailarín debe estar preparado para en cualquier momento tomar su traje y esperar para bailar. Las risas e ilusiones van inundando el pueblo y 20 metros techados sin piso ni ninguna comodidad se convierten en el mejor hogar que un hombre o mujer pueden tener.

Los días pasan y sin darnos cuenta minuto a minuto la fiesta va acabando. Los bailes se van haciendo cada vez más difíciles, pastillas y secretos de bailarín antiguo (como los de mi amigo “Coyi”) se van convirtiendo en soporte de aquellas piernas que van sintiendo el golpe de los saltos, pero el corazón no está cansado y sabe que el cuerpo obedecerá en el momento en que el bailarín se vista de gala para la fiesta.

Durante 5 días, comerás, dormirás y vivirás pensando en que este momento acabara y que otra vez deberás tomar el camino de retorno, no sin antes prometerle a tu madre y sobre todo a ti mismo, que si la vida lo permite, al año siguiente volverás a aquel camino de piedras y avatares.

Más y mucho más hay en el camino a la Virgen de las Peñas, Pero la única forma de conocer todo lo que en él se halla es que a Livilcar tú vayas. Ahí encontraras a nuestra madre y a sus hijos, los Canarios, danzando con amor y fe a la madre del Señor. Gracias virgencita por el milagro concedido: el de conocerte.



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