IGNACIA ZEBALLOS TABORGA. MADRE DEL SOLDADO BOLIVIANO
(Artículo publicado el 18.05.2021 en el diario "Sin Fronteras" Edición Tacna)
La
participación de la mujer en la batalla del Alto de la Alianza constituye uno
de los capítulos poco abordados de nuestra historia. A decir verdad, no se ha escrito
ni dicho lo suficiente de ellas en los relatos, partes, y libros que sobre la
fatídica batalla del 26 de mayo de 1880 existen.
Sin
duda que el papel de la mujer en la guerra fue decisivo, no solo estuvieron las
rabonas, y las vivanderas, sino también mujeres que apoyaron desde sus hogares,
cuidando enfermos, cociendo uniformes, recaudando fondos, entre otros.
Entre
estas miles de mujeres, resalta el nombre de doña Ignacia Zeballos Taborga, quien
nació el 27 de junio de 1831 en Santa Cruz- Bolivia, en la localidad de Warnes,
según refiere el historiador boliviano Gastón Velasco y a quien se debe gran
parte del rescate de su biografía. Se casó a los 17 años con un capitán paceño
de apellido Aramayo, sin embargo enviudaría prontamente. Aquellos muerte
repentina formara en la joven Ignacia un carácter fuerte que la haría reconocerla
prontamente entre la gente y que la llevaría a luchar por sus ideales. Se dice que enviudara dos veces, teniendo de
su segundo matrimonio una hija con un militar de apellido Blanco.
El
17 de abril de 1879, cuando el ejército boliviano se alistaba a partir de La Paz
hacia Tacna, doña Ignacia ingreso a la plaza Murillo portando una bandera
boliviana en su mano y vistiendo el uniforme de su esposo fallecido, el
teniente Blanco. Había decidido partir hacia Tacna, lo hizo caminando adelante
del ejército acompañado de los “Colorados de Bolivia”, mientras sus hermanas
bolivianas aplaudían el arrojo de esta mujer que, sin que nadie se lo pidiera,
partió hacia la guerra.
Desde
aquel día, con 48 años de edad, y al
servicio del ejército regular, sin hijos
propios que cuidar se dedicaría a cuidar del soldado boliviano, atendiendo a
quienes enfermos, hambrientos o maltrechos necesitaran de una madre.
Posteriormente
fue incorporada a las ambulancias sanitarias del ejército boliviano, colocando
sobre su brazo izquierdo la cruz roja que la convertiría en una de las primeras
enfermeras de la cruz roja boliviana. Doña Ignacia no habría concurrido el 26
de mayo al campo de batalla, aparentemente por decisión del jefe de la
ambulancia don Zenón Dalence, quien la habría disuadido de que permaneciera en
la ambulancia sedentaria ubicada en la ciudad, lejos de la batalla.
El
27 de mayo doña Ignacia subiría al campo de batalla, y en un supuesto relato
escrito por ella-dado que no hemos podido acceder a la fuente- escribiría:
“Al día siguiente me dirigí
al lugar donde fue la batalla, llevando carne, pan y 4 cargas de agua,
acompañada de dos sanitarios; al pasar por ese lugar y al ver mortandad tan
inmensa se partió mi corazón y lloró sangre…el cuadro no sólo era de mortandad,
tenía un elemento vivo , pero mucho más triste que la figura de los muertos;
mujeres vestidas con mantas y polleras descoloridas, algunas cargando una
criatura en la espalda o llevando un niño de la mano, circulaban entre los
cadáveres; encorvadas buscando al esposo, al amante y quizás al hijo, que no
volvió a Tacna. Guiadas por el color de las chaquetas, daban vueltas a los
restos humanos y cuando reconocían al que buscaban, caían de rodillas a su lado,
abatidas por el dolor al comprobar que el ser querido al que habían seguido a
través de tantas vicisitudes, tanto esfuerzo y sacrificio, había terminado su
vida allí, en una pampa maldita, de una manera tan cruel, desfigurado por el
proyectil polvoriento y ensangrentado, convertido en un miserable pingajo de
carne pálida y fría que comenzaba a descomponerse bajo un sol sin piedad y un
cielo inmisericorde, ¡Oh Rabona boliviana, tan heroica como los guerreros
yacentes!, la más anónima de los héroes anónimas”
Concluida
la guerra, la convención nacional de Bolivia le otorgaría el título de
“coronela de la sanidad”, falleciendo el 05 de setiembre de 1904 a los 70 años
de edad. (Zubieta, Franz)
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